Son
las tres de la mañana. Os estaréis preguntando, ¿qué coño hago escribiendo en
estos instantes? No es nada personal, pero sí puede estar relacionado con un
hecho que recientemente me ha pasado. Pongamos un sujeto, llamémosle ‘x’,
¿vale? Y bueno, sus amigos serán ‘y’. Perfecto, primer paso solucionado. Ahora
pensemos. Imaginaos que algunos, por no decir la mayoría de esa letra ‘y’ se
vaya con otras personas diferentes, ya sea porque se gustan, o por cambiar un
poco de hábitos y encajar. De acuerdo, pues ahora, ‘x’ debe adaptarse, pero es
como si no pudiera. Y para colmo, hay un caso ‘z’ que es el típico borracho de
turno que te toca los cojones en la puerta de tu casa. Sin embargo, es un caso
secundario. Ahora ‘x’ ha llegado a su humilde morada. Se tumba en la cama. No
llora, pero tampoco ríe. Su rostro es completamente inexpresivo, no quiere
lamentos, tampoco expresiones jocosas, pero lo que más necesita ese sujeto, es
a alguien que le comprenda. ‘X’ está más que harto en escuchar el típico ‘¡Échate
novia, y nos vamos de parejitas por allí!’, y entonces es cuando el sujeto ‘x’
ríe por no llorar. Primero, porque no liga ni por asomo, y la segunda porque
tampoco busca nada. Ante todo esto, existe una duda de vital importancia,
desgraciadamente: ¿Y si llega el día en el que nos separamos por otras
personas? Sí, quizás parezca improbable, tal vez imposible, pero claro, no está
nada mal preguntarse estas cosas medio borracho a altas horas de la mañana,
viendo de mientras cómo la gente va desconectando los ordenadores y se dirigen
a la cama. Al fin y al cabo, mañana será otro día.