lunes, 20 de febrero de 2012

Despacio, sin preocuparse por el futuro.


Son las tres de la mañana. Os estaréis preguntando, ¿qué coño hago escribiendo en estos instantes? No es nada personal, pero sí puede estar relacionado con un hecho que recientemente me ha pasado. Pongamos un sujeto, llamémosle ‘x’, ¿vale? Y bueno, sus amigos serán ‘y’. Perfecto, primer paso solucionado. Ahora pensemos. Imaginaos que algunos, por no decir la mayoría de esa letra ‘y’ se vaya con otras personas diferentes, ya sea porque se gustan, o por cambiar un poco de hábitos y encajar. De acuerdo, pues ahora, ‘x’ debe adaptarse, pero es como si no pudiera. Y para colmo, hay un caso ‘z’ que es el típico borracho de turno que te toca los cojones en la puerta de tu casa. Sin embargo, es un caso secundario. Ahora ‘x’ ha llegado a su humilde morada. Se tumba en la cama. No llora, pero tampoco ríe. Su rostro es completamente inexpresivo, no quiere lamentos, tampoco expresiones jocosas, pero lo que más necesita ese sujeto, es a alguien que le comprenda. ‘X’ está más que harto en escuchar el típico ‘¡Échate novia, y nos vamos de parejitas por allí!’, y entonces es cuando el sujeto ‘x’ ríe por no llorar. Primero, porque no liga ni por asomo, y la segunda porque tampoco busca nada. Ante todo esto, existe una duda de vital importancia, desgraciadamente: ¿Y si llega el día en el que nos separamos por otras personas? Sí, quizás parezca improbable, tal vez imposible, pero claro, no está nada mal preguntarse estas cosas medio borracho a altas horas de la mañana, viendo de mientras cómo la gente va desconectando los ordenadores y se dirigen a la cama. Al fin y al cabo, mañana será otro día.