Se te echa de
menos.
Echo
de menos tu presencia protectora. Entre tus brazos me rodeabas como si se
tratase de un campo de fuerza indestructible. Mientras hacías eso, yo apoyaba
la cabeza en tu regazo. Me sentía cual niño de cinco años. Sentía tu corazón
latir con regularidad, siguiendo un ritmo constante, pegadizo, adictivo.
Segundos después, miraba tus ojos, que de color no se trata, sino de
profundidad. Reflejaba un abismo de emociones, de los cuales tenía que
encontrar mi preferido, el que más me identificaba contigo. Sonreía cual
idiota, pues no sabía otra cosa mejor que hacer cuando estaba a tu lado, y
parecía subnormal en el intento de llamar tu atención correspondiendo a ella,
con una mueca de timidez. Sin embargo, te acercabas, cada vez más, buscando con
saciedad mis labios, para poder unirlos. Pero, ¿sólo para unirlos? No lo creo,
querías transmitir la satisfacción que contraía estar conmigo, y viceversa. Me
dejé llevar, envueltos en un mundo distinto, en un mundo más perfecto. Y lo
mejor, es que las horas pasaban, y nosotros no nos separábamos. No, no lo
hacíamos. Qué va.
Sin
embargo, el destino es así de capullo. Después de esos segundos, esos minutos,
esos instantes, nos vuelve a separar. Kilómetros, eso es lo que queda, detrás
de un recuerdo maravilloso. ¿Quién decía que, a pesar de la distancia, podíamos
seguir manteniendo el contacto? ¿Y si lo que yo quiero es que estés a mi lado
durante toda mi vida? ¿Y si lo que quiero es vivir buenos y malos momentos
contigo? ¿Y si lo que quiero en realidad es que sigas queriéndome sin que otra
persona se meta de por medio por culpa de la dichosa distancia? Muchos lo
califican de droga, pero tú eres mucho más. Una vida, cuya existencia depende
de un hilo finísimo. Lo único que puedo hacer, es echarte de menos, quejarme
por tu ausencia, llorar en los momentos de soledad y recordar que tú y yo
éramos uno, sin necesidad de nada, ni nadie.
Sin
embargo, en estos instantes, nos ha separado.
Hasta
la próxima.