sábado, 7 de abril de 2012

Insignificancia para los demás.


Se te echa de menos.

Echo de menos tu presencia protectora. Entre tus brazos me rodeabas como si se tratase de un campo de fuerza indestructible. Mientras hacías eso, yo apoyaba la cabeza en tu regazo. Me sentía cual niño de cinco años. Sentía tu corazón latir con regularidad, siguiendo un ritmo constante, pegadizo, adictivo. Segundos después, miraba tus ojos, que de color no se trata, sino de profundidad. Reflejaba un abismo de emociones, de los cuales tenía que encontrar mi preferido, el que más me identificaba contigo. Sonreía cual idiota, pues no sabía otra cosa mejor que hacer cuando estaba a tu lado, y parecía subnormal en el intento de llamar tu atención correspondiendo a ella, con una mueca de timidez. Sin embargo, te acercabas, cada vez más, buscando con saciedad mis labios, para poder unirlos. Pero, ¿sólo para unirlos? No lo creo, querías transmitir la satisfacción que contraía estar conmigo, y viceversa. Me dejé llevar, envueltos en un mundo distinto, en un mundo más perfecto. Y lo mejor, es que las horas pasaban, y nosotros no nos separábamos. No, no lo hacíamos. Qué va.

Sin embargo, el destino es así de capullo. Después de esos segundos, esos minutos, esos instantes, nos vuelve a separar. Kilómetros, eso es lo que queda, detrás de un recuerdo maravilloso. ¿Quién decía que, a pesar de la distancia, podíamos seguir manteniendo el contacto? ¿Y si lo que yo quiero es que estés a mi lado durante toda mi vida? ¿Y si lo que quiero es vivir buenos y malos momentos contigo? ¿Y si lo que quiero en realidad es que sigas queriéndome sin que otra persona se meta de por medio por culpa de la dichosa distancia? Muchos lo califican de droga, pero tú eres mucho más. Una vida, cuya existencia depende de un hilo finísimo. Lo único que puedo hacer, es echarte de menos, quejarme por tu ausencia, llorar en los momentos de soledad y recordar que tú y yo éramos uno, sin necesidad de nada, ni nadie.
Sin embargo, en estos instantes, nos ha separado.

Hasta la próxima.

martes, 27 de marzo de 2012

Just be true to who you are.

Todo lo que nos rodea son miradas. Y no miento cuando digo que son diferentes, al igual que desagradables. Como si de un disparo se tratara, al segundo siguiente todos mantienen su atención y descubren el horror que han podido captar con sus propios ojos. Descubren a una bestia, solo por llevar una perforación en la oreja. Quizás por ser un cuatro-ojos, tener las orejas de soplillo, tener sobrepeso, vestir de manera extravagante... Ahora os preguntaréis, ¿cómo puede rebajarse la gente de esa manera? Pues esa pregunta os la podéis hacer vosotros mismos. Seguro que, al menos una vez en vuestra vida, habéis mirado mal a alguien. Seguro que si preguntara hasta a uno de mis mejores amigos, asentiría de tal manera que la incertidumbre desapareciese. Pero, queridos amigos, vosotros no sabéis nada de lo que en realidad somos, tanto fuera como por dentro. A saber lo que te puedes esperar de una chica voluptuosa, larga cabellera y medidas casi perfectas, o de un tipo musculoso, tonificado, de unos ojos azules escandalosamente provocativos, ¿sabrán de verdad cómo somos por dentro? ¿Sabrán lo que sentimos cuando recibimos tal golpe? Y lo peor es que luego recurren a los insultos, a lo que se le llama 'acomplejar' a los demás. ¿Qué cojones me estás contando, chaval? Aunque no seamos perfectos, somos MEJORES PERSONAS, aquellas que sobreviven sin el miedo a mirarse mal y decir 'pues es cierto lo que dicen'. Mejores personas, grado comparativo de superioridad de lo que en realidad te crees tú que eres. 
¿Alguna conclusión? Sí, una muy importante. A pesar de cómo seas, de cómo te veas en el espejo, si los de tu alrededor tienen huevos a decirte cosas por la calle, aprende a quererte. Aprende a apreciarte, a decir que esto lo tengo yo, y no los demás. A sonreír cada vez que los 'semidioses' te miran mal. A no acabar con problemas como el bullying, y acabes suicidándote como inútil gesto de impotencia. Sé feliz contigo mismo, sé natural.


Sé que lo que digo no es nada del otro mundo, que a vosotros no os puede parecer una novedad, pero sigue habiendo ejemplos de personas que mueren por esa razón, por no estar a gusto consigo mismo, y que por ende, los demás se transforman en los depredadores que posteriormente desgarrarán el cuerpo, que lo dejarán al descubierto y en vergüenza. Entonces, el día que cambie esto, el mundo será más justo. Para todos.

domingo, 11 de marzo de 2012

¿Sufrir?

Estoy acostumbrado a sufrir. 9 de cada 10 sensaciones tienen que ver con el dolor, tanto emocional como psíquico. Pensaba que años después cambiaría, que mi organismo hubiera sufrido una metamorfosis, que esa inocencia que mantenía en mi infancia desapareciese, se esfumara y se perdiera por el mundo, persiguiendo a otro desgraciado. Son años y años, y aún falta esperar otros cuántos más, por el mero hecho de no haber cambiado ni un ápice. Es más, si miramos hacia delante, vemos a todos aquellos compañeros que tuvimos hace años, cuando sólo éramos unos niños. Y entonces es cuando te acomplejas, por pensar que el haber cambiado hace de alguien un ser mejor, cuando en realidad no significa nada. ¿Pero por qué sufrir? ¿Por qué estoy acostumbrado? Quizás no estoy sufriendo yo, y son los demás. Quizás las 9 de cada 10 sensaciones que siento en mi interior tienen que ver con la plena felicidad por no necesitar a nadie más que a un grupo pequeño de amigos, por estar feliz conmigo mismo y sobre todo, viendo hacia delante y contemplar los complejos que son capaces de sacarse los demás, unos a otros, sin pensar en el daño que se pueden hacer. Y luego ves a esos compañeros de la escuela, cambiados, para peor, una generación de 'ni hago esto, ni hago lo otro' y piensas: yo soy la solución a este gran problema. 

Ahora que lo pienso, soy yo el mismo que establece una sensación de incomodidad hacia mi persona, cuando en realidad eres la oveja negra de un rebaño de la misma masa. Eso que te hace diferente, aunque tú lo veas como un defecto, es lo que te caracteriza como persona, y lo que en realidad, te sube el autoestima. Mira a tu alrededor, y siéntete orgulloso de ti mismo.

lunes, 20 de febrero de 2012

Despacio, sin preocuparse por el futuro.


Son las tres de la mañana. Os estaréis preguntando, ¿qué coño hago escribiendo en estos instantes? No es nada personal, pero sí puede estar relacionado con un hecho que recientemente me ha pasado. Pongamos un sujeto, llamémosle ‘x’, ¿vale? Y bueno, sus amigos serán ‘y’. Perfecto, primer paso solucionado. Ahora pensemos. Imaginaos que algunos, por no decir la mayoría de esa letra ‘y’ se vaya con otras personas diferentes, ya sea porque se gustan, o por cambiar un poco de hábitos y encajar. De acuerdo, pues ahora, ‘x’ debe adaptarse, pero es como si no pudiera. Y para colmo, hay un caso ‘z’ que es el típico borracho de turno que te toca los cojones en la puerta de tu casa. Sin embargo, es un caso secundario. Ahora ‘x’ ha llegado a su humilde morada. Se tumba en la cama. No llora, pero tampoco ríe. Su rostro es completamente inexpresivo, no quiere lamentos, tampoco expresiones jocosas, pero lo que más necesita ese sujeto, es a alguien que le comprenda. ‘X’ está más que harto en escuchar el típico ‘¡Échate novia, y nos vamos de parejitas por allí!’, y entonces es cuando el sujeto ‘x’ ríe por no llorar. Primero, porque no liga ni por asomo, y la segunda porque tampoco busca nada. Ante todo esto, existe una duda de vital importancia, desgraciadamente: ¿Y si llega el día en el que nos separamos por otras personas? Sí, quizás parezca improbable, tal vez imposible, pero claro, no está nada mal preguntarse estas cosas medio borracho a altas horas de la mañana, viendo de mientras cómo la gente va desconectando los ordenadores y se dirigen a la cama. Al fin y al cabo, mañana será otro día.

sábado, 28 de enero de 2012

Número 1.


Verano. La playa se encontraba desierta, no había ni un alma, ni siquiera una maldita sombrilla. Las nubes cubrían el cielo cual pintura en óleo. No hacía calor, tampoco frío, había un punto medio, como si aquel fuera el fin de la calurosa estación. La arena se comportaba de manera traviesa al son de la ligera brisa que golpeaba con brutalidad mis cabellos. Y a los suyos. De lejos se le podía ver, fijando la vista al horizonte. Deambulaba sin ni siquiera moverse, no quería dar un paso adelante, estaba sepultada sin ser ni siquiera atada. Las ganas de preguntar por ella, por saber con más certeza si su alma acompañaba a su cuerpo fijo como una estaca en la madera. Paré a su lado. Ni siquiera tuve la decencia de mirarla. Sus ojos derramaban lágrimas que, por la acción del viento, volaban. Cerré los ojos por un momento, podía escuchar cómo sollozaba. Me recordaba a una niña pequeña. Lo peor de todo es que tenía que ser el idiota que escuchaba todas sus tonterías, asimilaba todos sus errores, y para colmo, lloraba. Estaba al borde de aferrarme hacia ella, y por otro lado, con ganas de arrearle una bofetada, por idiota. Intuía de primeras por qué era. Sí, la adolescencia es una época muy mala.

Definitivamente la abracé. Sentí por un momento su calor. Esta vez sí pude mirarla de frente. Sus ojos azulados estaban enrojecidos a causa de las lágrimas, y con un dedo, pude deshacer unas cuantas de su mejilla. Se encontraba más serena. Respiraba con más calma. No bastó siquiera una palabra para expresar todo aquello que quería escupir por esa boca. Yo lo sabía todo, y no quería volver a recordarlo. Pero por un momento, noté como unos polos intentaban atraer nuestros cuerpos al menos unos centímetros más. Desgraciadamente, quizás por suerte, rozamos nuestros labios. Formamos entonces un beso. Dulce, suave, como el tacto de la seda. Mis abrazos rodearon su cuerpo, ella quiso aferrarse más, yo hacía más hueco entre mis brazos, pero ese momento fue efímero, tanto que se le pudo calificar de fugaz. Me separé. Volví a emprender camino al paseo. Mientras iba alejándome, la esencia de sus labios permanecía en los míos, y su silueta comenzaba a confundirse con el color de la arena. A esto se le llama un momento de total espontaneidad.

Ni siquiera le dije adiós, porque aquella fue la última vez que la vi. Se perdió. Sólo quedó el recuerdo.